...Si de una vez por todas quería ganar, ¿no era hora de hacer un salto sin paracaídas de verdad? ¿De jugarme a alcanzar aunque fuera tan sólo un punto de no retorno, sin resguardos, ni reaseguros, ni opciones de reserva? Tal vez sí, pero que me djeran entonces cómo. Haría lo que fuera necesario, pero que me dijeran qué.

¿Qué hace un varón cuando está harto de esperar, cuando estuvo treinta años aguardando, cuando quiere dejar en claro que no va a aceptar renuencias ni postergaciones? ¿Pega? ¿A quién? ¿A la hembra? ¿Al rival? ¿Quién es el rival cuando sólo un no cierra el camino? ¡Ah, si hubiera un rival! Un verdadero hijo de puta a quien uno pudiera —revólver en mano como en el mundo de Roberto Arlt— arrancarle la hembra de su lado, llevarla en medio de la fiesta al punto más visible del salón, y allí hacerla arrodillarse con el caño del arma en la sien para someterla escandalosamente en público al rito más privado del sexo mientras su macho mira desarmado e impotente y se vuelve así su ex macho, como el rival del rufián melancólico se volvía un no rival, no persona, nada, a medida que su hembra besaba con unción profanadora la pija de quien había sabido detectar el instante preciso en que un gesto, un revólver y un coraje podían lograr lo impensable.

Salvador Benesdra. _El traductor_. Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 2003.

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