Alcé la vista al cielo, con un estremecimiento: igual que siempre, no hace ni buen ni mal tiempo. A veces, cuando el cielo está así de gris —impecablemente gris, una negación absoluta de la idea de color— y varios millones de seres encorvados alzan la cabeza, resulta difícil distinguir el aire de las impurezas de nuestros ojos humanos, como si los diminutos gránulos flotantes de polvo que caen y se remontan por la atmósfera siguiendo serpenteantes caminos fuesen parte del propio elemento, como la lluvia, las esporas, las lágrimas, la contaminación. Es posible que en esos momentos el cielo no sea más que la suma de toda la porquería que habita en nuestros ojos humanos.

Martin Amis. _Dinero_. Anagrama, Barcelona, 1992.

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