Imagina que estás sentado en una butaca y que en una pantalla que tienes delante proyectan una película en la que te hacen una operación quirúrgica sangrienta y desgarradora. El cirujano te salva la vida. Era esencial para hacer que tú seas tú. Pero no lo recuerdas. ¿O sí? ¿Entendemos los acontecimientos que nos hacen ser lo que somos? ¿Entendemos los factores que nos hacen hacer las cosas que hacemos?
Cuando dormimos por la noche, cuando atravesamos un campo y vemos un árbol lleno de pájaros dormidos, cuando les decimos mentiras sin importancia a los amigos, cuando hacemos el amor,¿qué actos quirúrgicos se producen en nuestras almas? ¿Qué daños, curas y sobresaltos tendremos que superar y nunca seremos capaces de comprender? ¿Qué películas se filman que nunca se proyectarán?
Pero lo que es justo es justo: en Europa pasó algo. Y lo que pasó es que allí conocí a otra persona -Stéphanie, ya he dicho su nombre- y durante algún tiempo dejé de acordarme de Anna-Louise.
Pero, claro, ahora he vuelto a recordarla.
Y naturalmente mi relación con Anna-Louise ha cambiado. La mayoría de las prisas anteriores se han desvanecido, aunque eso es un alivio. El nuestro nunca ha sido un amor como de anuncio de cerveza, eso para empezar. Me deprimía que nuestra relación no se pareciera más a un anuncio de cerveza. Ya sabes: coches a más velocidad que la luz despidiendo canciones nucleares mientras veinte rubias de Planer Beach asan a unos bebés y amenazan con ponerse a follar en cualquier momento. Uno se contenta con lo que tiene.
Si Anna-Louise y yo hacemos demasiado hincapié en que nos gustamos el uno al otro, eso sólo nos recuerda que no somos tan apasionados como nos dicen que deberíamos ser. Mejor no pensar demasiado en esas cuestiones.
Me gusta Anna-Louise. Nos sentimos cómodos el uno con el otro, y espero que esto sea suficiente. Quedo exhausto pensado que debería haber algo más.

Douglas Coupland. _Planeta Champú_. Ediciones B, S.A., 1994