"Me convencí de que no había visto nada. Lo había hecho muchas veces con anterioridad (cuando mi padre me pegaba, la primera vez que rompí con Jayne, cuando sufrí la sobredosis en Seattle, cada vez que pensaba en acercarme a mi hijo) y era un experto a la hora de borrar la realidad. Como escritor, me resultaba fácil imaginar una escena más plausible que la que en realidad se había representado. Por lo tanto, sustituí los escasos diez minutos de montaje -que comenzaban en el jardín de los Allen y terminaban conmigo empuñando un arma en el cuarto de mi hijo mientras un coche de mi pasado desaparecía por la calle Bedford- por otra cosa. Tal vez mi mente había empezado a divagar mientras escuchaba las voces crispantes a la mesa de los Allen. Tal vez la marihuana había creado esas manifestaciones que supuestamente había presenciado. ¿Creía lo que había visto anoche? ¿Cambiaba algo que lo creyera? ¿Sobre todo teniendo en cuenta que nadie más me creía y que carecía de pruebas? Como escritor presentas tendenciosamente todas las pruebas en favor de las conclusiones que deseas alcanzar y rara vez te inclinas por la verdad. Pero puesto que la mañana del tres de noviembre la verdad era irrelevante -porque la verdad había sido inhabilitada-, me sentí libre de inventar otra película. Y puesto que se me daba bien inventar cosas y detallarlas meticulosamente, otorgándoles todo el efecto y brillo necesarios, comencé a realizar una película nueva con escenas diferentes y un final más feliz que no me dejara temblando en el cuarto de invitados, solo y asustado. Pero eso es lo que hace un escritor: su vida es una vorágine de mentiras. Centra su punto focal en el adorno. Es lo que hacemos para complacer a los demás. Es lo que hacemos para escapar. La vida física de un escritor es básicamente estancamiento y para combatir dicha limitación hay que construir un mundo y un yo distintos a diario. El problema al que me enfrentaba esa mañana consistía en que debía componer una alternativa pacífica al terror de la noche anterior, cuando gran parte de la vida de un escritor consiste en fomentar el drama y el dolor y, además, la derrota es buena para el arte: si era de día lo transformábamos en noche, si era amor lo convertíamos en odio, la serenidad devenía caos, la amabilidad se volvía brutalidad, Dios pasaba a ser el diablo y una hija una puta. A mí se me había recompensado de manera desmesurada por participar en este proceso y a menudo las mentiras escapaban de mi vida de escritor -una esfera de conciencia estanca, un espacio suspendido fuera del tiempo donde las falsedades flotaban en la blancura de una pantalla vacía- y se colaban en la parte de mí táctil y viva. Pero reconozco que ese tercer día de noviembre me encontraba en un punto en que creía que las dos partes se habían fundido y ya no distinguía una de otra.
O al menos, eso me decía a mí mismo. Porque no me engañaba. Sabía lo que había ocurrido la noche anterior.
Anoche era la realidad."

Bret Easton Ellis. _Lunar Park_. Mondadori, Barcelona, 2006.