—También hay buenos momentos —añadía Tom, resistiéndose a que Harry dijera la última palabra—. Indelebles momentos de gracia, éxtasis minúsculos, milagros inesperados. Pasar tranquilamente por Times Square a las tres y media de la madrugada, sin nada de tráfico, y encontrarse de pronto solo en el centro del mundo, con esa lluvia de luces de neón cayéndote encima. Hacer que el velocímetro pase de ciento veinte por el Belt Parkway justo antes de amanecer y sentir cómo te inunda el olor del océano por la ventanilla abierta. O cruzar el Puente de Brooklyn en el preciso instante en que la luna llena aparece en medio del arco, y eso es lo único que se ve, la brillante esfera amarilla de la luna, tan grande que da miedo, y entonces te olvidas de que vives en la tierra y te imaginas que en realidad estás flotando por el espacio. Ningún libro puede reproducir esas cosas.


Paul Auster. _Brooklyn Follies_. Anagrama, Buenos Aires, 2006.