-Pero quiero hacer el amor contigo. No sólo tener sexo.
-¿Y eso qué implica?
-Comunicación. Intensidad. No sé.
Mi corazón se encoge. Entre las ventajas de haber cunmplido los cuarenta, para mí, se incluyen: no tener que cambiar pañales, no tener que ir a sitios donde la gente baila y no tener que ser intensa con la persona con quien vivo.
-Por favor, inténtalo a mi manera -dice David lastimeramente.
Así que lo hago. Le miro a los ojos, le beso como él quiere que le bese, nos demoramos largo rato en cada cosa y, finalmente (sin que yo llegue al orgasmo, por cierto), me quedo tendida sobre su pecho mientras él me acaricia el pelo. Le he hecho, sí, y casi como él dice, pero no le veo la gracia.

(...)

Las oleadas de amor son..., no son para nosotros. Son para los crédulos, para los incautos, para los simples, para le gente cuyo cerebro se le ha ido pudriendo como la dentadura por las drogas blandas, para la gente que lee a Tolkien y a Erich von Däniken cuando ya tiene edad para conducir un coche... Admitámoslo, para gente que no es licenciada en Letras o Ciencias.

Nick Hornby. _Cómo ser buenos_. Anagrama. Barcelona, 2004.
Misty aboceta los garabatos de las paredes y no le habla a Angel de los retortijones. Se pasó la maldita tarde entera intentando dibujar una roca o un árbol y acabó arrugando el papel, asqueada. Intentó dibujar el pueblo que se veía a lo lejos, con el campanario y el reloj de la biblioteca, pero también arrugó aquello. Arrugó una pintura asquerosa de Peter que había intentado dibujar de memoria. Arrugó una pintura de Tabbi. Luego un unicornio. Se bebió un vaso de vino y buscó algo más que estropear con su falta de talento. Luego se comió otro bocadillo de ensalada de pollo con su extraño sabor a cilantro.
La mera idea de entrar en el bosque en penumbras para dibujar una estatua hecha trizas le erizaba el vello de la nuca. El reloj de sol caído. la gruta cerrada a cal y canto. Dios. En el prado el sol calentaba. La hierba estaba infestada de bichos. Más allá del bosque, las olas susurraban y rompían.
Mirando simplemente los márgenes a oscuras del bosque, Misty se imaginó al imponente bronce rompiendo el pincel con los brazos manchados y mirándola con sus ojos sin pupila y ciegos. Como si él hubiera matado a la Diana de mármol y cortado su cuerpo en pedazos, Misty lo imaginaba saliendo del bosque sigilosamente y yendo hacia ella.
De acuerdo con las normas del Juego Alcohólico de Misty Wilmot, cuando uno empieza a pensar que una estatua desnuda de bronce va a envolverte con sus brazos metálicos y aplastarte con su beso mientras tú te dejas las uñas intentando defenderte y le golpeas el pecho musgoso hasta tener sangre en las manos, bueno, es hora de tomar otra copa.

Chuck Palahniuk. _Diario / una novela_. Ed. Mondadori. Barcelona, 2004.
Dios sabe por qué demonios está limpiando Grace Wilmot. Lo que tiene que hacer es las maletas. Esta casa. Tu casa. La cubertería de plata de ley, con tenedores y cucharas tan grandes como herramientas de jardían. Sobre la chimenea del comedor hay un cuadro al óleo de Algún Wilmot Muerto. En el sótano hay un museo reluciente y venenoso de mermeladas y compotas petrificadas, vinos vetustos de fabricación casera, peras fechadas en el inicio de la nación y fosilizadas en sirope de color ámabr. El residuo pegajoso de la riqueza y del tiempo libre.
De todos los objetos inestimables que quedan atrás, esto es lo que rescatamos. Estos artefactos. Recuerdos. Souvenirs inútiles. Nada que se pueda subastar. Las cicatrices dejadas por la felicidad.

Chuck Palahniuk. _Diario / una novela_. Ed. Mondadori, Barcelona, 2004.