La verdad era que las personas como Fiona lo sacaban de quicio. De hecho, eran personas capaces de joderle la existencia a cualquiera.. No era nada fácil ir flotando sobre la superficie de las cosas; se necesitaba habilidad y coraje, y si alguien te decía que había pensado en quitarse la vida, siempre tendrías la sensación de verte arrastrado hacia abajo. De lo único que se trataba era de mantener la cabeza por encima del agua, supuso Will, y eso era así para todo el mundo, aunque los que tuviesen buenas razones para vivir, un trabajo, una serie de relaciones personales, animales de compañía, etcétera, ya se encontraran muy por encima de la superficie. Ésos habían vadeado la parte profunda y el agua no les llegaba más que a los tobillos, y sólo un accidente insólito, una ola aberrante salida de la máquina de las olas, podría terminar por hundirlos. Will, en cambio, seguía luchando. No hacía pie, acababa de tener un calambre, tal vez estuviese a punto de sufrir un corte de digestión por haberse metido en el agua justo después de comer; pero no le costaba imaginar mil maneras de que lo llevaran a la orilla, a ser posible una estupenda vigilante de la playa de melena rubia y vientre liso y musculoso, mucho después de que los pulmones se le hubieran llenado de agua y cloro. Necesitaba una boya a la que agarrarse, no un peso muerto como el de Fiona. Lo lamentaba muchísimo, pero así estaban las cosas. Y eso era exactamente Rachel: una boya capaz de mantenerlo a flote. Se fue a ver a Rachel.

Nick Hornby. _Érase una vez un padre_ Ediciones B, Barcelona, 1999.

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