...Si se piensa un domingo caminando por la ciudad con un tipo que acaba de conocer, recorriendo la feria de San Telmo, almorzando en una parrilla cerca del río, siente vergüenza ajena. Alguna vez, hace tanto, podía atravesar con cierta integridad las convenciones de la primera salida. Tomarse de la mano, levantar la cabeza, mirar juntos una cariátide allá arriba. Dios, se pregunta Cecilia, ¿por qué todos los enamorados de más de treinta -si es que alguien puede enamorarse después de los treinta- tienen esa costumbre de recorrer San Telmo mirando hacia arriba como turistas alemanes? Y después, el obligatorio descubrimiento de lugares exclusivos, luz de velas, vino blanco, mozos de librea con sonrisa cómplice de entregadores y una secuencia infinita de slides que causan un empacho kirsch. No, por favor no me muestres tu loft. No me interesa ver las fotos de tus hijos. No me gusta el rock. Y ni te molestes en regalarme flores porque sólo tolero los nardos. Ni te gastes en comprarme ese compact de Philip Glass. No se te ocurra dedicarme el último libro de Auster porque tengo todo Auster y además en inglés. No me subyugan ni tus tarjetas de crédito ni tus hectáreas cerca de Areco. No me cuentes de tu infancia, no me cuentes de tu ex, no me cuentes ni medio minuto de tu última sesión con el lacaniano y menos, todavía mucho menos, lo que esperás de una pareja y el significado de la palabra proyecto. Tampoco pretendas conquistarme con la posibilidad de New York acompañándote en un viaje de trabajo y después una semana en Puerto Vallarta. Sí, ya sé que ahí Huston filmó La noche de la iguana. Usá ese argumento para seducir alguna rusita posmo de cine club.

Guillermo Saccomano. "Deje su mensaje después de la señal", de _Animales domésticos_ Planeta, Buenos Aires, 1994.

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