Se volvió y la miró como si fuese por última vez, como quién repite un gesto inmemorialmente irremediable. Ìntimamente, hubiera preferido no haberlo hecho; pero al llegar a la puerta sintió que nada podría evitar la reincidencia de esa escena tantas veces relatada en la historia del amor, que es la historia del mundo. Ella lo miraba con una mirada intensa, en la que había incomprensión y anhelo, como pidiéndole, al mismo tiempo, que no se fuese y que no dejase de partir, por aquello de que todo era imposible entre ambos.
La vio así por un tiempo, en su belleza morena, real pero distanciándose ya en la penumbra del ambiente que para él era como la luz de la memoria. Quiso prestarle un tono natural a la mirada que le dirigía, pero fue en vano pues sentía que todo su ser se evaporaba en dirección a ella. Más tarde le parecería no recordar ningún color en aquel instante de separación, pese a la lámpara rosa que debía estar encendida. Recordaría haberse dicho que la ausencia de colores es completa en todas las rupturas.
Sus miradas fulguraron por un momento de uno hacia el otro, después se acariciaron con ternura y, finalmente, se dijeron que no había nada que hacer. Le dijo adiós con dulzura, giró y cerró de golpe la puerta sobre sí mismo en una tentativa de seccionar esos dos mundos que eran él y ella. Pero el brusco movimiento de cerrar le prendió entre las hojas de madera el espeso tejido de la vida, y él permaneció retenido, sin poder moverse del lugar, sintiéndo formarse el llanto muy lejos en su interior hasta subir en busca de espacio, como un río que nace.
Cerró los ojos, intentando adelantarse a la agonía del momento, pero el hecho de saberla allí a su lado, separada de él por categóricos imperativos de sus vidas, no le daba fuerzas para desprenderse de ella. Sabía que aquella era su amada, por quién había esperado desde siempre y a quién durante muchos años había buscado en cada mujer, en medio de la más terrible y dolorosa búsqueda. Sabía también que el primer paso que diese pondría en movimiento su máquina de vivir y que él, como un autómata, saldría, comenzaría a andar, a hacer cosas, distanciándose cada vez más de ella, cada vez más...
Mientras tanto allí, a pocos pasos, estaba su forma femenina que no era ninguna otra forma femenina que la de ella, la mujer amada, aquella que él bendijera con sus besos y agasajara en los instantes de amor de sus cuerpos. Procuró imaginarla en su doloroso mutismo, envuelta ya en su propio espacio, perdida en medio de sus propias reflexiones, un ser desligado de él por el límite existente entre todas las cosas creadas.
De pronto, sintiéndo que estaba a punto de estallar en lágrimas, corrió hacia la calle y comenzó a andar sin rumbo...

Vinicius de Moraes. "Separación", en _Para vivir un gran amor_. Ediciones de la Flor, 1970.

0 comentarios: