Empezaron a hablar de otros temas no relacionados con su amor. En las cartas que Emma le escribía, le hablaba de versos, de la luna, de las estrellas, como si echara mano de aquellos ingenuos recursos, sucedáneos externos de una pasión debilitada que se empeñaba en reavivar. Siempre se estaba proponiendo disfrutar en el próximo viaje de una profunda felicidad. Pero luego tenía que reconocer que no había sentido nada del otro mundo. Aquella decepción se borraba enseguida al calor de nuevas esperanzas y volvía a él cada vez más encendida y ávida. Se desnudaba de una manera brutal, desatándose las finas cintas de su corpiño, que caía sussurrante en torno a sus caderas como un reptil que se desliza. Se dirigía de puntillas, descalza, a comprobar si estaba bien corrido el pestillo de la puerta y luego, de un solo ademán, dejaba caer toda su ropa al suelo. Y se apretaba con un profundo estremecimiento contra su cuerpo, pálida, silenciosa y grave.


Gustave Flaubert. _Madame Bovary_. Tusquets, Barcelona, 1993.

0 comentarios: