Misty aboceta los garabatos de las paredes y no le habla a Angel de los retortijones. Se pasó la maldita tarde entera intentando dibujar una roca o un árbol y acabó arrugando el papel, asqueada. Intentó dibujar el pueblo que se veía a lo lejos, con el campanario y el reloj de la biblioteca, pero también arrugó aquello. Arrugó una pintura asquerosa de Peter que había intentado dibujar de memoria. Arrugó una pintura de Tabbi. Luego un unicornio. Se bebió un vaso de vino y buscó algo más que estropear con su falta de talento. Luego se comió otro bocadillo de ensalada de pollo con su extraño sabor a cilantro.
La mera idea de entrar en el bosque en penumbras para dibujar una estatua hecha trizas le erizaba el vello de la nuca. El reloj de sol caído. la gruta cerrada a cal y canto. Dios. En el prado el sol calentaba. La hierba estaba infestada de bichos. Más allá del bosque, las olas susurraban y rompían.
Mirando simplemente los márgenes a oscuras del bosque, Misty se imaginó al imponente bronce rompiendo el pincel con los brazos manchados y mirándola con sus ojos sin pupila y ciegos. Como si él hubiera matado a la Diana de mármol y cortado su cuerpo en pedazos, Misty lo imaginaba saliendo del bosque sigilosamente y yendo hacia ella.
De acuerdo con las normas del Juego Alcohólico de Misty Wilmot, cuando uno empieza a pensar que una estatua desnuda de bronce va a envolverte con sus brazos metálicos y aplastarte con su beso mientras tú te dejas las uñas intentando defenderte y le golpeas el pecho musgoso hasta tener sangre en las manos, bueno, es hora de tomar otra copa.

Chuck Palahniuk. _Diario / una novela_. Ed. Mondadori. Barcelona, 2004.

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