La señora Ota tenía al menos cuarenta y cinco años, unos veinte más que Kikuji, pero logró que él olvidara su edad cuando hicieron el amor. Kikuji sentía que tenía entre sus brazos a una mujer más joven que él mismo.
Al compartir una felicidad que provenía de la experiencia de la mujer, Kikuji no sentía nada de la reticencia bochornosa de la inexperiencia.
Sentía como si fuera la primera vez que conocía a una mujer y como si por primera vez se conociera a sí mismo como hombre. Era un extraordinario despertar. Nunca había imaginado que una mujer podía ser tan enteramente dócil y receptiva, una pareja que lo acompañaba y, al mismo tiempo, lo inducía a sumirse en una fragancia tibia.


Yasunari Kawabata. _Mil grullas_ Emecé, Buenos Aires, 2005.

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