Jacobo, los ojos cazadores, verdes, felinos, sobre la piel muy oscura, quemada por el sol (o por un ancestro africano, vaya uno a saber), sigue extasiado mirándola despacio, hundido en sus ensueños. La vida, para él, cobra sentido a ratos, solamente, y esos ratos coinciden con la lectura de algo que lo exalte, o con la ilusión de que en algunas horas, días, meses, podrá conocer un cuerpo que por algún motivo lo seduzca. Hoy pudo leer algo sobre Angosta, y se entretuvo, pero mejor aún, acaba de encontrar a una muchacha a la que sueña con ver desnuda, con poderla tocar, besar, oler, abrazar. Otro verbo se le viene a la cabeza ya desbocada, más tosco y caballuno, pero lo rechaza de su mente con un gesto de la mano, como si se estuviera espantando una mosca. Es verdad que lo piensa, eso que no se dice ni le gusta confesarse, no por un pudor que ya no tiene, sino por preservar en sus nuevas relaciones un espacio a algo que no quisiera que fuera siempre carne, sólo carne. Decide no pensarlo más, la mira solamente.


Héctor Abad Faciolince. _Angosta_. Seix Barral. Buenos Aires, 2004.

0 comentarios: