Popeye se volvió y la miró. Movió un poco la pistola, se la guardó en la chaqueta y avanzó hacia ella. No hacía el menor ruido al moverse; la puerta, sin sujección, se abrió para golpear después contra la jamba, pero tampoco hizo el menor ruido, era como si el sonido y el silencio se hubieran invertido. Temple podía oír el silencio como un susurro atronador mientras Popeye iba hacia ella atravesándolo, apartándolo, y empezó a decir: "Me va a pasar algo". Se lo estaba diciendo al anciano con las flemas amarillentas en lugar de ojos. "¡Algo me está pasando!", le gritó al viejo, sentado al sol en una silla, con las manos cruzadas sobre la empuñadura del bastón. "¡Se lo dije!", gritó, haciendo estallar las palabras como silenciosas burbujas calientes en el silencio cegador que los rodeaba, hasta que el anciano volvió la cabeza y los dos coágulos de flema hacia donde ella, tendida sobre las ásperas tablas bañadas por el sol, se agitaba, sacuidiendo los brazos y piernas. "¡Se lo dije! ¡Se lo dije desde el primer momento!"

William Faulkner. _Santuario_. Bruguera, Barcelona, 1982.

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